Lo mío para mí

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Qué indigno ese espectáculo de los presidentes de comunidades autónomas, dedicándose a lo que mejor se les da, echando leña al fuego del agravio comparativo. A ver quién da más. A ver quién va más lejos en la defensa mezquina de “lo suyo”. Como si fueran más importantes las fronteras geográficas que las diferencias de clase. Se ve que ya no queda nadie que no acate en público la lógica del nacionalismo, nadie que  recuerde que en un estado “social y democrático de derecho” quienes contribuyen al bien común no son los pueblos, ni los territorios, sino las personas, las personas físicas y concretas, los que pagamos impuestos de acuerdo con nuestros ingresos -dejando aparte privilegios consentidos y abusos de escándalo que favorecen siempre a los que tienen más- para sostener las cosas fundamentales y carísimas en las que se basa la civilización, desde las escuelas a los hospitales y los juzgados, y las que, por solidaridad democrática, por el impulso igualitario que es lo que distingue y honra todavía a nuestro sistema europeo, aceptan que una parte de sus ingresos beneficien a sus conciudadanos menos favorecidos, por sentido de la justicia y sentido de la conveniencia, porque una sociedad democrática no puede permitirse el lujo de condenar a la pobreza y abandonar a la marginalidad a una parte de sí misma, y porque en cualquier grupo social las personas que disfruten de la oportunidad de formarse y de disfrutar de una cierta seguridad aportarán beneficios fundamentales a la comunidad. Porque ningún gobierno se atreve en España a llevar a cabo una reforma fiscal equitativa y eficiente en la que de verdad paguen más los que más tienen es la clase media la que lleva la carga de los gastos comunes. Y son las personas de clase media, estén donde estén, en Cataluña o en Extremadura, en Berlín o en Zaragoza, las que sostienen por igual a los parásitos inevitables y a los conciudadanos necesitados de ayuda. Y lo que sería propio de la gente progresista es exigir equidad, transparencia, austeridad y justicia para todos, no apuntarse a la ya cansina demagogia de los pueblos o los territorios agraviados, que bastantes defensores tiene ya.